Me veo en un
barco abandonado en un muelle extraño, la última noche de un año en que el
abandono echó anclas en las turbias aguas de mis dudas. Bamboleo solitario
junto a una ciudad que transcurre al otro lado de mis afectos. Pido auxilio y
nadie acude. Es grave. Soy un marinero que no sabe nadar, un pez sin agallas,
un raro ciudadano del siglo que aún se emociona con la migración de las aves al
atardecer y se debate desamparado ante la magia digital. Quizás no sea difícil
saber por qué me han abandonado, otra cosa es comprenderlo.
Hastiado de gritar, intento conciliarme con mi barco, un armatoste oxidado, con la memoria de mil tormentas de proa a popa, desvencijados camarotes, cabos sueltos y atados, quejidos de la arboladura, la bitácora sin brújula y el cuaderno desencuadernado, el silencio señoreando la sala de máquinas. Creía conocer mi barco, pero no o este no lo es. Algo me confunde, no sé si sus dimensiones o la falta de complicidad. Me siento cansado, muy cansado, como recién salido de un temporal. Hace frío, más bien viento frío. Busco refugio en el más confortable de los camarotes, el del capitán, abierto como todos y como todos revuelto y con ratas, despreciables pero vivas, una opción cómplice. Me tapo con harapos y me duermo. Sueño con una ciudad a medianoche, la última medianoche del año. Repican las campanas, pitan los barcos, el cielo se engalana con fuegos de artificio y yo la beso a ella en el muelle y contemplamos un barco oscuro que se mece. "¿Por qué lo habrán abandonado?" Me pregunta y no sé que responderle, la vuelvo a besar, se aprieta contra mí "No quiero ser como ese barco", me susurra, "Yo me preguntaría qué ha sido de los marineros" es lo que le digo, la siento temblar. Ella calla por un instante y luego me dice en un bisbiseo, "Es lo mismo". Me despierto. Ululan los barcos surtos, menos el mío, por la claraboya entra la luz de los fuegos, la ciudad toda es un clamor de advenimiento. Subo a cubierta. Mi barco se mueve, ha soltado las amarras y se aleja del muelle donde una parejita se besa. Imagino que sigo soñando o que estoy muerto. Tal vez no es imaginación. También puede que estuviera muerto y ahora estoy vivo, resucitado por el abandono. El barco navega de nuevo y la ciudad se difumina en una distante decrepitud. No sé nada sobre la tripulación, ignoro quién es el capitán y quién el timonel. Solo sé que entiendo las órdenes y creo saber a dónde voy.
Hastiado de gritar, intento conciliarme con mi barco, un armatoste oxidado, con la memoria de mil tormentas de proa a popa, desvencijados camarotes, cabos sueltos y atados, quejidos de la arboladura, la bitácora sin brújula y el cuaderno desencuadernado, el silencio señoreando la sala de máquinas. Creía conocer mi barco, pero no o este no lo es. Algo me confunde, no sé si sus dimensiones o la falta de complicidad. Me siento cansado, muy cansado, como recién salido de un temporal. Hace frío, más bien viento frío. Busco refugio en el más confortable de los camarotes, el del capitán, abierto como todos y como todos revuelto y con ratas, despreciables pero vivas, una opción cómplice. Me tapo con harapos y me duermo. Sueño con una ciudad a medianoche, la última medianoche del año. Repican las campanas, pitan los barcos, el cielo se engalana con fuegos de artificio y yo la beso a ella en el muelle y contemplamos un barco oscuro que se mece. "¿Por qué lo habrán abandonado?" Me pregunta y no sé que responderle, la vuelvo a besar, se aprieta contra mí "No quiero ser como ese barco", me susurra, "Yo me preguntaría qué ha sido de los marineros" es lo que le digo, la siento temblar. Ella calla por un instante y luego me dice en un bisbiseo, "Es lo mismo". Me despierto. Ululan los barcos surtos, menos el mío, por la claraboya entra la luz de los fuegos, la ciudad toda es un clamor de advenimiento. Subo a cubierta. Mi barco se mueve, ha soltado las amarras y se aleja del muelle donde una parejita se besa. Imagino que sigo soñando o que estoy muerto. Tal vez no es imaginación. También puede que estuviera muerto y ahora estoy vivo, resucitado por el abandono. El barco navega de nuevo y la ciudad se difumina en una distante decrepitud. No sé nada sobre la tripulación, ignoro quién es el capitán y quién el timonel. Solo sé que entiendo las órdenes y creo saber a dónde voy.
4 comentarios:
Releo tu texto, me demoro en el plus de significación metafórico que le da a cada párrafo su sentido alegórico. Siento, Andrés, que estas líneas -brillantes, de sombrío esplendor- postulan un destinatario; un particular que comparte el código más allá de su inmediato y universal significado. Es una carta (quizá todos los textos lo sean).
En el final, no sé por qué, veo el barco inmóvil, mientras el muelle se aleja.
Un fuerte abrazo, amigo.
Me parece escuchar:"Dios mío porqué me has abandonado". Creo que todos somos ese barco que lucha contra viento y marea, nos sabemos navegando en el mar de la vida y todos los roles nos caben en el rostro. Así creo también Andrés, tal como tú lo has planteado…las luces de la ciudad se alejan cada vez y seguimos las órdenes a la letra… y sabemos a dónde vamos.
Me da nostalgia, pero es la realidad. Será mejor soñar y dejar que amanezca para despertar en puerto nuevo?
Va mi abrazo caluroso y no pierdas el control de tu barco. Mis mejores deseos por tu bienestar.
Sí, Andrés, cada uno navega en su propio barco, a veces despierto, a veces no; otras con la sensación de estar vivo, otras no. Un barco que, bien envejece y se mueve, bien permanece anclado en puerto y se hunde. Por eso es una suerte, casi un privilegio, sentir que se vuelve a navegar. Y aunque no se sepa lo más mínimo sobre la tripulación, es suficiente entender y, sobre todo, saber (o creer saber) a dónde se va. ¿Acaso no es ésa una de las aspiraciones humanas más antiguas? ¿Uno de los grandes sueños? Porque en realidad no se sabe. Es imposible saberlo. Solo que tu poema produce el milagro.
Un fuerte abrazo y que la navegación continúe.
Abel German
a navegar a diferentes costas, diferentes lenguas, a navegar!!!
abrazos
lidia-la escriba
www.nuncajamashablamos.blogspot.com x si queres ver!
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