Irrumpen girasoles mareados, errantes en el
tiempo, olorosos a perplejidad. Asistieron a eneros de euforia, allí donde los
alucinados jugaron a ser dioses y se dispusieron hacer de la juventud arcilla.
Fue solemne. Dicen los girasoles que el aire venía del norte y el sol se
escabullía por puntos nada cardinales, confuso y confundiendo al tiempo
paralizado en los relojes. Los había de arena, de agua y cuerda y cucús de
pájaros raros y voces roncas, paralizados, como corresponde a los comienzos,
que siempre son el comienzo de algo y la muerte de otra cosa. Olía a naranjos,
no se sabe por qué, pero los azahares impregnaban las promesas de un halo
dulce, balsámico, de respuesta a todas las preguntas. Era la trampa. Cuentan
que la ceremonia fue larga e incoherente. A los girasoles no se le puede hacer
mucho caso, conocemos sus obsesiones. Duró meses, años, dicen. Los girasoles
están ebrios, mustios, se desgranan. Los falsos dioses amasaron la
juventud y suprimieron sus luces individuales y las convirtieron en un fulgor
hipnótico para guiar el viaje. Amasaron a la juventud y le insuflaron el fétido
aliento de consignas y marchas, una masa informe de peligrosa homogeneidad. Y
llegaron a creérselo, se entregaron, los jóvenes y se hicieron viejos, entonces
descubrieron que el viaje les llevaba al pasado, desnudos, exhaustos. Alrededor
ruinas y los mismos ritos dirigidos por los mismos dioses decrépitos, alabando
los logros de la marcha, mientras buscan entre los escombros señales de la
juventud perdida. Los nuevos jóvenes, ya sin sueños, cantan un rap rebelde a
pesar de los viejos insomnes. Los girasoles se percatan y se giran,
ávidos, hacia el Oriente.
Blog de poesía y aproximaciones. Todo es posible en el territorio del asombro. Balbuceos de criatura encomillada por infinitos desde su soledad compartida.
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Calavera.
Casa que atesora la oquedad dejada por el único que la habitó y tuvo en ella la irrepetible cita con el unive...
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Casa que atesora la oquedad dejada por el único que la habitó y tuvo en ella la irrepetible cita con el unive...
2 comentarios:
Andrés, irrumpen mis girasoles en el silencio - de la noche de los tiempos - para darte un abrazo sincero y pedir a los oráculos que vaticinen mejores días a jóvenes y ancianos, sin vanidad ni farsas.
A veces, mis girasoles también se tornan ávidos, hacia el Oriente.
Estoy mientras esté... como estrella rutilante y fugaz.
Un texto inteligente, me encantó.
Saludos sinceros.
Hermoso poema de madurez. Recorre la euforia de la utopía, el desencanto y, por último, la voluntad (o la divina terquedad) de encontrar otro sol. Destila un optimismo con el que todavía se puede comulgar.
Un abrazo.
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